Algunos lineamientos teóricos sobre la dualidad democracia-totalitarismo (página 2)
La ideología totalitaria se basa en diferentes
instrumentos para ser difundida, y ellos son, el principio del
líder y
éste en relación a las masas, el partido
político, los medios de
control social y
los mitos y
símbolos. Existe un sólo discurso, el
discurso del líder, de ese otro que todo lo puede y lo
sabe, quien posee una verdad divina, revelada, que
no falla, ya que predica con mentiras y profecías
autocumplidas.
El vínculo de unión entre el líder
y la masa es denominado por la psicología de las
masas como lazo libidinal, ya que es de origen sexual, las masas
aman al líder y el líder ama a las masas, pero con
la particularidad de que la meta de la
pulsión sexual está inhibida: el elemento sexual se
reprime, y el vínculo queda fundamentado por las
fantasías: el líder está enamorado de la
masa. Esta fantasía no es comunicable, se reprime, y sobre
esto opera la manipulación psicológica, sobre lo
reprimido. Está sostenida en la creencia de que el
líder ama a todos y es amado por todos. El líder es
alguien completo e inmortal que asegura en y por amor contra
la muerte y la
castración. Las masas adhieren a alguien que viene a
salvarlas.
Es importante resaltar que "Las masas (…)
potencialmente, existen en cada país y constituyen la
mayoría de esas muy numerosas personas neutrales y
políticamente indiferentes, que jamás se adhieren a
un partido y rara vez acuden a votar" ya que, comenta Arendt, los
movimientos totalitarios demostraron que estas masas
podían ser fácilmente mayoría en cualquier
sociedad
democrática que funcionara –por ello mismo-
según normas
establecidas por una minoría.
El hombre-masa de
las sociedades
modernas se encuentra así aislado, atomizado, desamparado
y proclive a llenar ese vacío con el amor de y
hacia el líder.
El totalitarismo en el poder utiliza
la
administración del Estado para
lograr la dominación global -con la pretensión de
pertenecer a una civilización superior con la
obligación moral de
civilizar a los demás- y se maneja en un marco de
permanente ilegalidad, multiplicando sus organismos destruyendo
así toda clase de
responsabilidad y productividad. El
líder totalitario se comporta como un conquistador
extranjero dentro y fuera de su país, da igual, la
finalidad es hacer superfluos a los hombres.
Lo que nos devuelve a nuestro punto de partida, ya que
"A la verdadera naturaleza de
los regímenes totalitarios corresponde el exigir el poder
ilimitado. Semejante poder sólo puede ser afirmado si
literalmente todos los hombres, sin una sola excepción,
son fiablemente dominados en cada aspecto de su vida"
Carl
Schmitt y la política entendida
como la oposición amigo-enemigo
Carl Schmitt es un crítico de la sociedad de
masas surgida luego de la Segunda Guerra
Mundial. Lo que más critica este autor de las instituciones
modernas es la combinación entre principios de la
democracia y
principios del Estado de
derecho, es decir, la confusión creada por el liberalismo
entre lo político y lo jurídico.
Para Schmitt –contrariamente a lo que se puede
observar en otros filósofos políticos
contemporáneos, como Claude Leffort y Hannah Arendt- la
democracia es símbolo de homogeneidad, de igualdad
social. La democracia es entonces el gobierno del
pueblo y existe en su presencia pública. Es la identidad
entre gobernantes y gobernados. Donde tienden a borrarse todas
las diferencias, ya que toda democracia descansa sobre el
principio no sólo de la igualdad entre iguales sino
también sobre el tratamiento desigual de los
diferentes.
La democracia requiere, por lo tanto, primero,
homogeneidad, y, en segundo lugar –en caso de ser
necesaria- la eliminación o erradicación de lo
heterogéneo". El soberano es aquel que decide sobre
–y no en– el estado de
excepción, cuando no se da una situación tal que es
imposible de resolver mediante las leyes. De
allí que la soberanía se identifica como el atributo de
la estatalidad, el derecho supremo e ilimitado de mandar: el
monopolio de
la decisión. El Estado es lo político por
excelencia.
La soberanía puede recaer en dos sujetos -el
pueblo o el monarca- por eso hay sólo dos principios de
legitimidad: de identidad del pueblo consigo mismo-principio
democrático- y de representación –principio
monárquico.
La política, para Schmitt, se ve reducida a la
oposición amigo-enemigo como expresión de la
realidad -y no ideal- política. El enemigo es aquel que
amenaza nuestra forma de vida, la de nuestro pueblo, los otros
pueblos son nuestros enemigos; el anti-pueblo. El enemigo es
siempre externo.
Pensado lo político como una esfera más
– junto con la esfera económica, moral,
científica, etc.- es algo genérico, por lo que
cualquier cosa es potencialmente política, politizable o
politizante. En todos los ámbitos de la vida hay conflictos;
cuando éstos llegan a un umbral de intensidad que implica
violencia
física,
entonces se politiza el conflicto. En
el horizonte de la política está el enfrentamiento,
la hostilidad, la guerra. Si
bien lo político no se reduce a la guerra, sin guerra no
hay política, ya que no hay distinción
amigo-enemigo. La guerra presupone la existencia previa de la
decisión política de quién es el enemigo,
así:
"Si los distintos pueblos, religiones, clases y
demás grupos humanos de
la Tierra
fuesen tan unidos como para hacer imposible e impensable una
guerra entre ellos, si la propia guerra civil, aún en el
interior de un imperio que comprendiera a todo el mundo, no fuese
ya tomada en consideración, para siempre, ni siquiera como
simple posibilidad, si desapareciese hasta la distinción
entre amigo-enemigo, incluso como mera eventualidad, entonces
existiría solamente una concepción del mundo, una
cultura, una
civilización, una economía (…)
no contaminados por la política, pero no habría ya
ni política ni estado. Si es posible que surja tal
´estado´ del mundo y de la humanidad, y
cuándo, no lo sé. Pero ahora, no
existe"
Democracia y (o vs.) Totalitarismo. Comentarios sobre
la teorización de Claude Lefort
En "La invención democrática" Claude
Lefort analiza la especificidad de la democracia en contraste con
el totalitarismo a partir de una descripción fenomenológica de
aquello que la democracia es y no de aquello que
debería ser.
La primera diferencia que señala Lefort entre
democracia y totalitarismo es el lugar del poder. Mientras en los
regímenes totalitarios hay un partido que se presenta
detentando la legitimidad por fuera de toda ley positiva,
encarnando la ley de la historia; en las democracias
el lugar del poder aparece como un lugar esencialmente
inocupable, infigurable; puramente simbólico. Así,
el totalitarismo resulta –y es- una transmutación
del orden simbólico.
La lógica
propia de este tipo de forma de gobierno supone que no hay saber,
poder o ley que le sea externo; es decir que estas tres esferas
se encuentran condensadas. En la democracia, en cambio, la
separación de saber, poder y ley anuncia que el poder
perdió su trascendencia y se afirma de forma independiente
frente al saber y la ley. Así como el poder no puede fijar
su materialidad definitiva, así tampoco la ley puede
hacerlo y el saber tampoco puede encontrar otra validación
que quedar supeditado a la propia disensión de los
saberes.
En el totalitarismo, la lógica de
identificación entre pueblo, partido y dirigente
máximo da la representación de una lógica de
sociedad homogénea, una sociedad sostenida sobre la
negación de la diferencia. La generalización de la
lógica de la equivalencia –veíamos
también en Laclau- es la misma negación de lo
político. La otra forma de negar lo político es la
lógica de la diferencia absoluta, la supresión de
las particularidades: el totalitarismo.
Frente a esta imagen de la
sociedad homogénea, la puesta en escena de la
representación que se da en el régimen
democrático es, por contraste, una sociedad que
sólo se muestra como
"una" a través de su diferenciación.
A través de esta contrastación entre
totalitarismo y democracia ésta última se nos
revela como la expresión misma de la sociedad, que en su
forma misma preserva la indeterminación y la pone en
escena en la competencia
permanente de los saberes, en la falta de fundamento para la ley
y en la competencia por el poder, resaltando así su
división constitutiva. Es en la legitimación del conflicto político
que se juega en la escena pública donde se halla el
principio que va a dar lugar a la dinámica de legitimación del
conflicto social en todas sus formas. La democracia -lo propio
del régimen democrático- es justamente que anula la
figura de la alteridad pero no anula la dimensión de la
alteridad.
Es el derecho, los derechos, los que hacen las
veces de dimensión de la alteridad del régimen
democrático. Para ser legítimo el poder debe serlo
conforme al derecho. El derecho nunca puede estabilizarse en una
afirmación de un derecho
natural pre-político. Los derechos humanos aparecen
así como aquellos que ligan un principio universal del
derecho a tener derechos, que al mismo tiempo no
permite un más allá de la definición
del acontecimiento del advenimiento de la referencia a los
derechos.
La democracia se instituye en esta disolución de
la certidumbre. En esta indeterminación, concluye Lefort,
es que debe ser debatida y cuestionada.
Es la propia sociedad democrática en su
dimensión política la que posibilita el
advenimiento del totalitarismo; ya que son sociedades sin
fundamentos, indeterminadas -imposibles, en palabras de Laclau- ,
esto puede tornarse insostenible y está dada la
condición de posibilidad de caer en la utopía de la
unidad reencontrada, el pueblo-uno.
En la democracia la idea de pueblo unificado sólo
existe en el discurso político. El individuo, en
tanto ciudadano, participa en la deliberación sobre lo que
es justo o injusto, lo legítimo e ilegítimo en el
espacio público. El lugar del poder tiene que
mantenerse en sintonía con el espacio público: el
proceso de
legitimación es permanente.
En el totalitarismo no hay espacio público,
ergo, no hay política.
Sintetizando, para Lefort las características
propuestas para el totalitarismo son:
- un poder sin límites, un cuerpo y un poder al que
nada le es exterior; - la condensación de las esferas de la
democracia, la suposición de que el poder está
completo en sí mismo; - una sociedad sin historia en la que lo social el
anterior a la práctica de los hombres; - un régimen determinado en tanto
instituye el sentido de lo social, representa el fantasma del
pueblo-uno, de la unión substancial y se postula como
una representación real ; y - está fundamentado por las leyes de la
historia.
Mientras que la democracia se caracteriza
por:
- la desimbrincación de las esferas de saber,
poder y ley; - entender al poder como un lugar
vacío; - la indeterminación, sin fundamentos
de certidumbre; - la posibilidad del autocuestionamiento;
- ser una representación simbólica,
aceptada como tal, vacía y parcial; - ser una sociedad unida en su división;
y - poseer un espacio público en donde los
principios están siempre en debate.
Comentarios
finales
Hemos repasado brevemente las principales teorizaciones
contemporáneas sobre las nociones de democracia y
totalitarismo.
No debemos olvidar que, como destaca Arendt, el
totalitarismo es un fenómeno de nuestro tiempo, creado por
la sociedad de masas y cerrando el espacio entre los
hombres.
Sólo definiendo, tal como lo hace esta autora, la
política como la forma de ser del los
hombres podemos pensar en una democracia no como la forma
menos imperfecta de política, sino como un espacio
verdaderamente público, producto de la
solidaridad y no
del vacío entre los hombres.
En esta línea la homogeneidad social es imposible
e indeseable, ya que la pluralidad es lo que humaniza al hombre,
la que lo politiza en su ser con los
demás.
Bibliografía
- Arendt, H: ¿Qué es la
política? Fragmento 1, ed. Paidós, Barcelona,
1997. - Arendt, H: Los orígenes del
totalitarismo, ed. Alianza, Madrid,
1987. - Bernstein, R: El mal radical, una
indagación filosófica, ed.
Lilmod. - Freud, S: Psicología de las masas y
análisis del yo, ed. Amorrortu,
1988. - Kirpatrick, J: Dictadura y contradicción.
Racionalismo
y razón en política, Ed. Sudamericana,
Buenos
Aires, 1983. - Lefort, C. La invención
democrática, ed. Nueva Visión, Buenos Aires,
1990. - Schmitt, C. The Crisis of
Parliamentary Democracy, ed. Cambridge, MIT, 1988, p.9.
Citado en Borón A. y González, S: "¿Al
rescate del enemigo? Carl Schmitt
y los debates contemporáneos de la teoría del estado y la democracia" en
Borón, A. (comp.) Filosofía política
contemporánea, ed. CLACSO, Buenos Aires, 2000, p.
151. - Schmitt, C: El concepto de lo
político, ed. Folios, Buenos Aires, 1984. pp.
50-51.
Carolina Bracco
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